Esta mañana podría haber escrito las palabras más bellas en tu cuerpo. Todas esas que no leíste y tenían tu nombre, todas esas que la tinta no tuvo tiempo de secarse en tu piel. Todas esas que vengo dejando latir en mi pecho.
Y ahora pienso en todas las veces que quise romper los relojes que el tiempo puso en tu boca, para apropiarme de tus labios con mil besos de contrabando. Pero siempre llegué tarde, o demasiado temprano. Así las horas se escondieron lejos de mi boca, la piel lejos de la piel contaminada de ausencia.
Acariciar las curvaturas de esta nube para agradecerle que fue el barrio donde nuestros pies pisaron juntos. Seguir pensando que esta nube sólo parece sostener mi peso como bendición, como dolor. Recordarte. Recordar tu temor al olvido sin que supieras que dejaste tu perfume de recuerdos en cada rincón.
Y ahora pienso en todas las tardes que quería darte batalla en otra guerra de sonrisas, en la cosquilla de los besos que crecían naturales entre los dos. Nada termina si aparece en el camino. Todo cambió desde que respiraste en mi nube. Quizás un día me toque ser invocado a la tuya, quizás un día deje de odiar los quizás y le saque el freno a los días.
Esta mañana podría haber escrito las palabras más bellas en tu cuerpo. Podría haber escrito en tu pecho todo lo que vi en tus ojos la primera vez que los miré, podría haber narrado la sensación de tu piel en mis dedos en cada esquina de tu espalda. Podría haber anotado las razones por las que, estoy seguro, voy a volver a escribir en las hojas de tu alma.