Siento ese llamado que viene. A veces me pasa. Como cuando te rodea el silencio, que un zumbido surge dentro del cuerpo y te inunda los oídos. Y ahora esto, un sonido desconocido, como una voz familiar, como esas alucinaciones que a veces invaden los sentidos. Así vibra esa voz, así vibra ese cuerpo escondido dentro del mío. Si pudiera saber desde dónde viene lo marcaría con una cruz, para no volverlo a perder.
Percibo ese sonido interno que arrastra los recuerdos como una oleada sin calma. Viene y arrastra a todos mis sentidos, me lleva de la piel a los perfumes. En cada forma que piense se dibujan las imágenes que componen mi memoria, los olores que arman ese arsenal de momentos acumulados. Y cierro los ojos, porque así es más fácil ver. Y vuelvo a pensar, porque así es más difícil ignorar.
Brilla desde adentro el grito incansable que me lleva a vos. Dibuja tu nombre en mis párpados, del lado de adentro para que no te olvide cada vez que pestañeo. Y brilla fuerte, cada vez más, cegando mi posibilidad de ver otras cosas, de percibir qué estoy viendo. Y
pienso por qué, y pienso por qué no.
Me encuentro de pronto, internado dentro de mi propio cuerpo, como ante una muralla. Me encuentro de pronto escribiendo palabras que solo ayudan a recordar, a mantener fresco eso que no tiene que alejarse. Busco, de algún modo, plasmar en esa muralla las herramientas para internarte más adentro mío, para. Ahí lo veo, lo siento, creo que hasta lo puedo reconocer. Es ese espacio desde donde chilla tu presencia, que ya esta dentro mío. Es ese espacio desde donde chilla tu presencia que no deja de crecer.
Y crezco. Crezco yo, explotando hacia vos. Exploto desde esta muralla portadora de palabras que no tienen miedo de cruzar las fronteras, que no temen a desbordar mi cuerpo y contagiarse en vos. Exploto como puedo, como sé, como me sale. Exploto sintiendo que cada cicatriz que deje este estallido será algún día un recuerdo, un perfume, tu piel, un lunar.