Podría decir que era una tarde de un muy otoñal abril, pero fue la semana pasada. En la lucha pie contra pie, salió el derecho confiado con hacer crujir mejor las hojas secas de la calle. Podría decir que salí sabiendo que no a iba a encontrarte, pero era una mentira. En esa lucha de pies no te encontré en el camino, sino en rincones. Caminando la esquina que nos besó por primera vez lo entendí.
Podría decir que llovía y la nostalgia me empujaba a tu recuerdo instalado en las imágenes de mi memoria, pero no necesito ni la lluvia ni la nostalgia para volver a esa sonrisa. Las hojas crujían como tu voz y reviví el instante mismo en que mi mundo se detuvo debajo de un árbol, con una luz amarilla mezclándose entre las hojas y en un abrazo me regalaste la primera sonrisa.
Podría decir que la caminata terminó y entré a la ducha, pero sería una mentira. Esta caminata no termina, estas baldosas no dejan de moverse dibujando un camino hasta tu vereda. Y yo lo sigo, porque los caminos están para transitarlos y a cada paso logro escuchar la canción que dejaste en mi oído.
Podría decir que hago oídos sordos a las cosas que dejas día a día dentro mío, pero sencillamente no. Puedo dibujar las notas de nuestros acordes alineándose en un pentagrama, verlas conjugarse en una melodía, nuestra melodía, al mismo compás.
Podría decir que tanto caminar fue para descubrir, pero en realidad fue para encontrar. Encontrar tu lugar en mi piel, hundida dentro mío, plegada como papel de origami. Encontrar tus ojos en el reflejo de los míos en el espejo. Encontrar las palabras de nuestros acordes y verlas rimar. Encontrar esas palabras que dibujamos en el aire y verlas volar, mezcladas con las hojas, y aterrizar en vos.