No dejo de esperar tu beso, tu encuentro, tus ojos diluidos en momentos, tu forma más tierna, tu perfume de sonrisas, el terreno de tus razones, el cajón donde escondés tus vergüenzas.
No dejo de esperarte acá sentado, dibujando la forma de tu cuerpo sobre mis sábanas, brindando en tu nombre con esta copa vacía. Si dejo de esperar tampoco es que me muero, pero la esencia de algo desaparecerá y me robarán la chance de tocar tu piel, de besar tus rincones temblorosos.
Hoy te quiero escribir a vos. Quiero pero no puedo, porque a las dosis del bien no sé ponerle palabras. Y así te volvés sombra. Pero quiero ver tu sombra. Quiero verla en los rincones más oscuros de mi pieza, encontrarla en el banco de una plaza o a la orilla de algún río seco.
Tampoco deberías preocuparte:
que no tenga palabras para vos puede ser algo bueno, porque la palabra como lo malo llega. Como un día vas a llegar vos y me vas a encontrar una mañana en mi cama. Y me vas a despertar, con tu sonrisa, un beso y uno de tus calladitos ‘hola’.