Ayer tuve visitas en casa. Ayer, hoy, es lo mismo. Ella llegó cerca de las tres de la mañana, justo después de que los concubinos se fueron a dormir. Yo estaba fumando un cigarrillo en el sillón, tomando otro vaso de whisky mientras leía las noticias en la computadora.
No sonó el timbre, como casi siempre me enteré que había alguien en la puerta por los ladridos de la perra. Fui hasta la entrada y la hice pasar como si fuéramos viejos conocidos. Nunca nos vimos, pero los dos sabíamos fehacientemente de la existencia del otro, de esa fina línea entre el conocimiento y el interés por alguien que sabés va a llegar a vos tarde o temprano.
La muerte se sentó en una de las sillas de la mesa y no pude volver al sillón, llevé mi vaso y el cenicero. No decía mucho, pero con poco me pidió un gin tonic y sacó un cigarrillo de su bolsillo.
Al principio sólo podíamos hablar de los puntos en común: unos tíos, abuelos, conocidos… la charla era entretenida, ella me contaba cómo los había encontrado y yo cómo los había conocido. La muerte no dejaba de sorprenderse en cada comentario, cada chiste o anécdota que compartí con esa gente: ella no tenía la impresión de que tuvieran tanta onda. Pero entendía.
Creo que se sentía sola y, en cierta forma, sólo quería que le cuente de mí antes que nos veamos en forma oficial. Ella dijo algo de andar por el barrio y yo le conté de mis ganas de irme. Nada podía aconsejarme, a ella poco le importaba dónde estuviera, pero siempre estaba por ahí.
Cambiamos las bebidas y renovamos cigarrillos tantas veces que perdí la cuenta. Ella fumaba mucho más que yo, aunque las distancias sólo se pueden medir a ojo y eso no le sirve a nadie. No competimos, era lo mismo para los dos que fuera lo que sucedía en ese encuentro.
Cerca de las cinco me dijo que se tenía que ir.
La acompañé hasta la puerta, nos dimos la mano como si a partir de ese momento nos hubiera unido una amistad o, quizás, a partir de ese momento volvimos a ser completos desconocidos. Yo hice un chiste del estilo “Ya nos vamos a encontrar”, a ella no le hizo gracia.
Hoy me desperté tarde, cerca del mediodía, y me tuve que poner a limpiar. El perfume que usaba la Muerte quedó en todo el comedor.