En mis manos quedan los recuerdos de una tarde y tu piel. Así, bajo las uñas se esconden los residuos de las caricias que te di. El silencio de la aventura de creer que tu cuerpo es campo de juego. Arrastradas, sometidas al contacto se imantaron a cada recodo de tu cuerpo, se hicieron parte de las líneas en tu historia, de las mezclas en tu perfume.
Las miro y pienso que cada corte habrá cicatrizado, que cada dolor habrá sanado, pero el impacto de tu piel persiste. Dentro de la solidez de mis uñas, dentro de cada línea que dicta mi futuro están las letras de tu nombre, la melodía del susurro de tu voz.
Llevarte así, de algún modo, escondida entre mis dedos. Compartir con vos la tiza del pizarrón, que veas temblar mi pulso cada vez que escribo una letra y la veo ahí, escondiendo esos besos destinados a vos.
En mis manos quedan las mil fragancias que esconde tu cuello, que le dan sabor a tu carne y hace de mis labios criaturas salvajes sedientas del tacto, muertos de hambre por un pliegue más. Acunándose en solitario mis manos te buscan y recorren la almohada en la que te apoyaste, el espacio en la cama que ocupaste, repetir el camino que dibujaste en mi cuerpo y así hacerte volver un rato más.
Las miro y pienso en su sed, en las ganas de embriagarse entre las curvas de tu espalda, de descender hasta tus pies y volver a escalar rodeando tu cintura. Dentro de las mordidas en los pellejos que rodean mis uñas se esconde la sangre y se esconden las piezas de tu piel. Visiones fugaces enterradas en mi brotan para recordarme de tu beso, de tu abrazo, del silencio compartido cuando mis manos recorrían tu casa, reconocían esos lugares que quiero grabar con mis cinco sentidos.
Llevarte así, de todos los modos posibles, conmigo. Acercarte con las manos a mi pecho, tratar de pensarte un minuto menos, de pensarte todos los minutos del día. Y que seas piel, que mi piel sea tu piel, que este río de sensaciones nos arrastre con la marea hasta llegar a la luna de tu tacto y encontrar tu piel en un delta de horas compartidas.