A la mañana la despertaba cantándole al oído, empezaba como un susurro y de pronto mi wake up and make love with me la hacía sonreír y nos despertábamos los dos. Con su sonrisa despertaba mis muertos, con mi canción ella olvidaba la soledad de sus sueños.
Nos conocimos bailando sobre unas nubes grises, me acuerdo como si fuera ayer. Era necesario alcanzar la luz, trepamos las nubes grises para escapar de la oscuridad mundana. Algo en su mirada me rescató de caer a la oscuridad. Ella movía la cintura con una sacudida sideral, yo trataba de seguirle el ritmo para alcanzar su ritmo.
A la noche me pedía que le cante hazme un lugar en tu almohada, junto a tu pecho me calmaré. Sus ojos se cerraban despacio, amagaban. Cuando se daba cuenta que se estaba por dormir otra vez acunada por mi voz, lanzaba una sonrisa veloz que latía por un segundo en nuestra nube. Vivía con temores a dormirse y caer, volver a la oscuridad y que yo la olvide.
Nos conocimos buscando la razón por la que el cuerpo es materia y la emoción sustancia. Tanteando los límites de lo que podemos sentir y volver a sentir nos encontramos palpitando la luz escondida en la pupila del otro. Hablábamos un idioma de sonrisas, miradas y besos, de bocaditos salados y caricias dulces, de leer sentimientos en braile.
A la tarde, justo antes de la siesta, me pedía que le escriba el cuerpo. Yo sacaba mi pincel y dibujaba sentimientos en su espalda para que los pueda cargar, llenaba su panza con líneas sin rumbo, anotaba deseos en sus piernas para que los saque a pasear, llenaba sus pechos de perfumes y su cara con nuestras iniciales. Después la abrazaba y todo se empezaba a borrar.